jueves, 4 de febrero de 2010

La Sociedad Mediatizada.

por Jorge Rachid

Para analizar la realidad actual de los medios de comunicación y su influencia sobre las conductas y efectos que producen en la población, es necesario internarse, sin intentar un análisis enciclopédico, en Humberto Eco en sus libros “Apocalípticos e integrados” y “Estrategias de la ilusión” en cuanto a la influencia de los mismos en la comunicación práctica.

Los “apocalípticos” son, según el autor, aquellos que miran el pasado, y lo analizan con antiguas teologías y métodos reaccionarios de rechazo para hallar la verdad. Los “integrados” son los místicos que desde la intelectualidad, como miembros de la humanidad, están destinados a salvar el mundo. Dice Eco que el crítico es un filósofo en función de historiador de la cultura y que el mito es una simbolización del inconciente. Por lo tanto el héroe siempre es el héroe individual en la cultura neoliberal encarnado en Superman.
En cuanto a la situación actual de los medios en nuestro país, no podemos dejar de reconocer que la misma obedece a décadas de cultura dominante, avasallante y apabullante que los colocaron en una situación de poder, y que fueron cooptados como herramienta esencial del proceso de dominación cultural que se instaló en nuestro país, desde la dictadura militar de 1976 hasta nuestros días.
Así, la conciencia colectiva del pueblo argentino y en especial las nuevas generaciones, fueron absorbiendo ejes culturales que exaltaban valores diferentes a los expresados por la cultura del trabajo, del esfuerzo, del sacrificio y de la solidaridad que inculcaron nuestros mayores como expresión social de una sociedad mas justa.
Por lo contrario la jerarquización del individualismo, como forma de coronar socialmente a cualquier precio, el consumismo como valor referencial de status, la creación de la necesidad antes que el interés de saber la condición y los afectos de los “otros”, llevó a la diáspora social, apuntalado dicho proceso, sin dudas por un marco económico y social, que impulsaba el deterioro del valor de lo argentino y su denigración constante en comparación nefasta en términos de identidad nacional, con culturas supuestamente exitosas y superiores de países del “primer” mundo.
Fue natural entonces que los términos económicos dominasen la mesa familiar, la discusión giraban sobre superávit fiscal, riesgo país, sensación térmica, medicina prepaga, colegios privados, ahorro privado previsional (AFJP), guerra al terrorismo, inseguridad, eje del mal, colapso energético, crisis del campo, granero del mundo, todos temas instalados desde los medios como una habitualidad en la vida de los argentinos, haciendo que hasta empezáramos a sentir la zozobra por una mala calificación en el llamado “riesgo país” como si se tratase una verdad bíblica lo dicho por Lehman Brothers, a la sazón consultora privada y quebrada, que no supo anticipar su propia muerte.
Después del colapso del capitalismo mundial financiero ya no existen más las consultoras que contribuyeron escondiéndolo, e ignorando los medios el rescate estatal al sector financiero en los países centrales líderes del privatismo y el estado mínimo, como tampoco existieron los dramas energéticos, ni tuvimos que importar carne, ni el dólar se fue a las nubes, ni la crisis tuvo dos dígitos de desocupación ni déficit fiscal. Sin embargo estas predicciones ocuparon las mesas y los cafés, estuvieron en las tapas de los diarios, condicionaron el humor de nuestro pueblo y las radios las repetían mecánicamente sin pausa. Es mas, se hacía sentir a la gente que su situación era límite, que algo había que hacer ante tanto descalabro e improvisación, que nuestro futuro como Nación viable estaba en juego y que así no se podía seguir.
Ahí aparece la cara del monstruo propiciador y propietario de las instituciones, la moral, las conductas, las supuestas legitimidades, los hombres y mujeres pomposamente llamados de la Patria, como si el resto de los mortales que vivimos en esta tierra fuésemos kelpers invasores, al no coincidir con el supuesto discurso único de lo “políticamente correcto”. Muchos somos peronistas, perdón pedimos humildemente a los “dueños del saber”, hemos vivido y realizado nuestras vidas con un proyecto de compromiso y entrega al prójimo que seguimos desarrollando cada día, buscando nuevas formas de reparación a la sociedad maltrecha por años de dolor, ausencias, con mecanismos insolidarios y expulsivos.
Lo hacemos bien y mal, pero siempre con compromiso, como cualquier persona comprometida con un destino. Sentimos la Patria, la amamos y queremos a nuestros compatriotas piensen como piensen. No somos sectarios ni tampoco excluyentes, pero no queremos virreyes que se alegren porque los “Fondos Buitres” avanzan sobre los bienes argentinos, ni personajes que se solazan al compás de las demandas de los privilegiados de los 90 en juicios de las multinacionales por “inseguridad jurídica”. No nos sentimos en un país de cuarta, es nuestro país al que queremos y respetamos, desde sus símbolos hasta su historia, pero antes que nada a su Pueblo, paciente y generoso hasta el cansancio después de tanta devastación financiera neoliberal.
No podemos permanecer impasibles frente al atropello de la realidad, por parte de los medios en su lucha por intereses concretos y sus lobbys permanentes que inundan todos los sectores de la vida nacional corrompiendo con dinero, miedo o vanidades. Quien no esta en la TV no existe ni en la política ni en la vida, es un ser anónimo para el paradigma del éxito hoy. En la política esto tiene traducción con nombres y apellidos. Antes eran los analistas económicos garúes en los 90, ahora lo politólogos y los periodistas estrellas los que auguran, siempre desde el borde del abismo, el próximo paso adelante en el derrumbe nacional que solo ellos imaginan.
Afecta esta situación la salud colectiva del pueblo ya que la angustia generada no es gratis al equilibrio orgánico de cada persona. El malhumor y el desencanto, la falta de perspectivas y la anulación de la esperanza, son estiletazos al corazón social colectivo. Es una responsabilidad no asumida por quienes son propiciadores de permanentes malas nuevas con objetivos subalternos, y el daño causado solo es comprensible en términos históricos, porque una lucha por espacios de poder e intereses mezquinos de los medios de comunicación, no lo amerita si se piensa la Patria como objetivo de construcción de un espacio común.
Seguiremos muchos con nuestra tarea del desmonte del discurso hipócrita y de doble moral enarbolado por estos personajes, pero seguiremos también apostando por la esperanza con más Estado, más Justicia Social, más Soberanía Política y más Independencia Económica, en un camino iniciado con aciertos y con errores pero que debe profundizarse, ampliarse a nuevas capas de población, a nuevos sistemas de alianzas políticas del campo nacional y popular, teniendo como único interés el supremo interés del pueblo argentino.

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